En un córner a favor quedó relegado para ir a cabecear. Y dicen que los defensores centrales sólo hacen goles de cabeza, y en jugadas de pelota parada. Pero esperó un rebote en el ingreso al área grande. La pelota lo buscó como sabiendo de su necesidad de desahogo.
Le dio con derecha, fuerte. Fue un golazo. Salió corriendo hacia el alambrado de la platea, con el paredón de la bodega Graffigna a sus espaldas. El grito de bronca le quemaba la garganta. Se sacó la camiseta. Mostró, en el centro de una remera blanca, la cara de uno de sus hermanos. Se tiró al césped. Y se puso a llorar.
El joven había muerto en sus brazos esa misma semana, después del ataque de otro de sus hermanos. La desgracia familiar lo marcó para siempre. En el club le pidieron que ese domingo jugara, en homenaje al fallecido. Lo hizo. Entonces el partido pasó a ser una excusa para sacarse el dolor por la boca, en un grito enfurecido que derivó en lágrimas imparables, mientras sus compañeros de Colón Junior lo abrazaban también emocionados.
Fernando Florencio Cortez (48 años) es simplemente el “Negro”. Una persona respetada en todas las canchas del fútbol sanjuanino no sólo por su prestancia en la defensa, sino también por su hombría de bien, a pesar de los cachetazos que le dio la vida. Su historia es casi la de un Tévez autóctono. Siempre haciendo equilibrio sobre un limbo. Criado en “Villa La Puñalada”, el defensor conoció el dolor del esfuerzo y el sabor amargo de los días en los que no había casi para comer. Una vida de película.
El hombre
Hoy, en plena pandemia maneja un taxi, como lo hace inclusive desde su etapa de jugador. Era normal para sus compañeros de equipo verlo llegar en el auto y cambiarse para entrenar. “Mi esposa es empleada doméstica. Cuando empezó la cuarentena y no pude salir a trabajar estuve mal dos semanas. Tuve que pedir ayuda. Lo molesté a Fabián Gramajo (intendente de Chimbas), a quien conozco desde hace años. Yo vivo en Capital, pero lo mismo él me ayudó con mercadería, le agradezco mucho eso”.
“La empresa no trabajaba y el dueño del auto me dijo ‘no me pagués el alquiler, laburá para poder comer’. Es muy buena persona mi patrón. Largamos y nos fuimos acomodando. Hay que tener fe”, dice. Afuera de su casa tiene una gruta de la Difunta Correa, a quien le pide que cuide a su familia cuando sale en las mañanas, y cuando llega le agradece por otro día de trabajo.
Detrás de alguna camiseta futbolera, siempre hubo un hombre que se esforzó para darle lo mejor a sus 6 hijos: Lucas, Exequiel, Florencia, Sofía, Rodrigo y Guadalupe. Ahora disfruta de sus 4 nietos, mientras espera a otros 3 que vienen en camino. Antes de cumplir 50 será abuelo de 7 niños.
“La pasión por el fútbol es inigualable. Si tenía que jugar gratis yo jugaba”. A los 10 años su papá lo llevó a las inferiores de Colón. Nunca jugó en cuarta división, porque a los 17 dio el salto directamente a primera. “En ese equipo estaban los hermanos Guevara y los Frías, también Walter Blasco, Walter Carrizo, el arquero era el ‘Tenaza’ (Ángel) Frías. Eran unos monstruos”, recuerda.
A pura actitud fue moldeando su destino. “Siempre jugué de defensor. Tal vez las ganas que uno le ponía a los entrenamientos y los huevos para marcar es lo que me llevó a mejorar”. El Negro era el terror de los delanteros, dueño de un estado físico que sobresalía en los planteles que integró: “Tenía mucha resistencia. Pero a la vez yo siempre le metía más. Me pedían que diera 10 vueltas a la cancha y yo daba 11 o 12. A veces se me burlaban los compañeros. Pero yo lo hacía porque me encantaba y me daba para seguir más”.
En el Merengue aprendió a ser solidario. “Ah sido siempre un club humilde, con épocas malas. Hacíamos todo a pulmón los dirigentes y los jugadores. A veces usaba zapatos (botines) que ya habían usado en otras divisiones. Nos prestábamos el calzado”, cuenta el exdorsal 2. Para él eso era algo natural. “Mis padres me enseñaron el sacrificio, a que hay que luchar, que la vida siempre te da escollos pero hay que levantarse”.
Por sus buenos rendimientos en el club de la Sargento Cabral, el DT Hubert Piozzi de Independiente de Villa Obrera se interesó en tenerlo en su defensa para jugar el Torneo Argentino A. “Pero hice la pretemporada y no me quedé porque yo quería dedicarme a entrenar solamente (la exigencia física es mayor a ese nivel) y tenía mi trabajo con el auto. Le hice una propuesta al club, quería ver si me podían pagar lo que ganaba en el taxi. Iba a jugar contra Douglas Haig, pero no arreglé”.
Algo similar le pasó cuando lo buscaron para jugar también un torneo nacional con Marquesado. Su vida siempre viajó entre el taxi y el fútbol, y a veces se encontraba con que las dos actividades no eran compatibles. Pero debía abnegarse para llevar el pan a su casa.
Sin embargo, la vida y el fútbol siempre dan revancha. “En el año 2003 salimos campeones con Colón, en una final contra Sportivo. El Tenaza Frías (por entonces su técnico) nos dijo antes de salir a la cancha que un equipo que iba a jugar un torneo argentino estaba mirando a algunos jugadores. Nunca me imaginé que era yo. Jugamos un partidazo y ganamos. En el vestuario me separa Tenaza y me dice ‘Alianza te quiere a vos’”.
“El presidente (Edgard) Pocho Carabajal viene y me dice ‘el club no va a poner trabas, por todos los años que jugaste prácticamente gratis acá. Nosotros no vamos a pedir nada, arreglá vos’”, recuerda todavía conmovido. Se lo había ganado. La vida le daba otra oportunidad.
El Lechuzo
“Me junté con los directivos de Alianza. Yo no sabía qué arreglar. ‘Cortez, hace mucho te queríamos traer, pero por ahí tenías mala fama’, me dijo un dirigente”. Al Negro le dicen así porque su piel es de tez oscura, en aquellos tiempos tenía el pelo largo desprolijo, llegaba a entrenar con anillos llamativos y unas cadenas muy visibles en el cuello, vivía en la Villa La Puñalada y flotaba en el aire la trágica muerte de su hermano Alejandro.
Entonces tenía que esquivar, no sólo en el fútbol, en el taxi también, los prejuicios de la gente. “Yo a veces tenía los ojos colorados por el cansancio, pero nunca me drogué, algunos pensaban eso parece“.
“Ese dirigente me dice ‘¿cuánto vas a querer?’. Yo no sabía qué decirle. Sacó plata de su bolsillo como si nada, me la dio y me dijo ‘mañana a las cuatro de la tarde tenés que estar en el club’. Nunca había visto tanta plata. Los vestí a mi hijo (por entonces tenía sólo uno) y a mi esposa de pie a cabeza”, cuenta sobre el comienzo de un buena etapa.
“A los jugadores de la primera de Alianza ya los conocía. Entonces llego al club con las cadenas y los anillos, parecía Mario Baracus, golpeo y entro. ‘Pasá, que acá vas a salir jugando’ me decían los muchachos. Les empecé a decir cosas en chiste y los más chicos me miraban asustados, hasta que me conocieron”, se ríe.
Cortez entró rápidamente en sintonía con ese plantel que jugaba el Torneo Argentino B y se hizo querer en el club. “Después de salir campeón con Colón, fue algo muy hermoso lo que me pasó en esos años que estuve en Alianza, la gente era espectacular”.
“Nos trataban como a profesionales. Lo tenían bien al jugador”. Allí estuvo más de 5 años y, de tener que usar botines prestados que en un mismo día habían sido usados por chicos de otras divisiones, pasó a tener su ropa de entrenamiento individual.
Por ese entonces vivía con su familia en “una piecita” en Salta y Benavídez. “Se me metieron y me llevaron ropa de los niños, mis camisetas. Entonces lo llamé al Bachicha -Raúl- Díaz (dirigente). Fue hasta mi casa y me dice ‘acomodá todo que te llevo al club’”.
A partir de ese día, los Cortez empezaron a vivir en las habitaciones que el Lechuzo tiene bajo la platea. “Se preocuparon sin conocerme. Me llevaron y fue una tranquilidad grande vivir en Santa Lucía. No tenía cocina y me compraron una”, dice agradecido.
El 2 de Alianza empezó a querer aún más esa camiseta. A menudo, el lugar que le habían prestado se transformaba en espacio de reunión de jugadores y cuerpo técnico. “Compartíamos el té con todos los muchachos, mi esposa (Lucía Mabel Pereyra) lo preparaba”.
“Hasta me hicieron casar ellos. Me preguntaban si era casado. Les conté que vivíamos juntos hacía 14 años con mi pareja. ‘Casate, nosotros te vamos a hacer la fiesta’ me decían. Me ayudaron mucho. Nos casamos por civil en febrero y la fiesta fue debajo de la tribuna”. En esos días comenzó a germinar en él un sentido de pertenencia muy importante en el club.
Hasta tal punto llegó ese sentimiento que el mundo parecía que se le caía a pedazos cuando, al borde del descenso, hizo un penal en Tucumán ante San Fernando y perdieron 1 a 0. Eso puso en serios riesgos al Lechuzo, que debía jugarse todo en el partido de vuelta en San Juan.
“Me sentía re mal. Estaba sentado en la tribuna muy triste y un periodista de Radio La Red se me acercó y me dijo ‘no te hagás drama, porque el fin de semana vas a jugar vos y vas a hacer el gol para salvar a Alianza’”. Antes de ese partido jugó por la liga local contra Marquesado, hubo un penal a favor y decidió patearlo. Fue gol y recuperó la confianza.
Después él se convirtió en el “San Fernando” de los lechuzos. “Pensé que -Daniel- Garipe (DT) no me iba a poner contra los tucumanos, por lo que me había pasado allá. Pero me puso de titular y tuve la suerte de hacer el gol que salvó al equipo. Es un recuerdo muy lindo. Cuando voy en el taxi la gente me reconoce y me dice ‘vos nos salvaste del descenso’”, relata con orgullo.
“EL FÚTBOL ES LO QUE MÁS AMO”
Su etapa en el club santaluceño terminó en el 2009. Ahí llegó a Árbol Verde, en donde salió campeón del fútbol local y jugó el Torneo del Interior.
Cortez no había tenido lesiones durante toda su carrera, pero en esa etapa empezó a tener problemas en una rodilla y lo operaron. Después de rehabilitarse fue a jugar a 9 de Julio, su último club. “Me llamaron de un club de Jáchal, pero ya había dejado de jugar y le dije al dirigente que no me gusta quedarme con la plata de nadie, la rodilla no estaba bien y a mí no me gusta dar ventaja”.
A los 39 años dejó las canchas. Pero no el fútbol. “Quiero ser técnico, pero la situación económica no me da esa oportunidad, porque la cuota del curso es cara. El fútbol es lo que más amo”, asegura.
Mientras espera una nueva oportunidad en el deporte sigue arriba del taxi, en donde comenzó “desde muy chico” y ya lleva más de 20 años. “Mi viejo se compró un auto cuando lo echaron del Ferrocarril Belgrano, en donde era maquinista, y empezamos a trabajar en esto”.
“FUE UNA DESGRACIA, MURIÓ EN MIS BRAZOS MI HERMANO”
Como el modelo quedó viejo tuvo que empezar a alquilar vehículos para desempeñarse. “Siempre les recalco a mis hijos que tienen que estudiar, para no depender de nadie”, expresa el exdefensor.
La tragedia
De chico, Fernando vivía cerca del Cementerio de la Capital, y la muerte cambió su vida para siempre cuando tenía 28 años.
Aquel trágico día de principios del milenio que lo hizo más fuerte había terminado de jugar un partido amistoso ante Desamparados, en la cancha de la Sargento Cabral. Cuando se iba, Alejandro (tenía 26) y otro más de sus hermanos le dijeron que se quedaban tomando algo en la puerta del club. Él se fue a su casa a ver a su esposa, que estaba junto a la pareja del fallecido, por ese entonces embarazada.
Les dijo que los jóvenes ya llegaban. Pasaron los minutos y los escuchó que venían discutiendo. Fernando salió a separarlos. Después volvió a la casa y al rato se enteró de la desgracia. El Negro llegó a socorrerlo y vio a Alejandro en un estado terminal. “Fue una desgracia, murió en mis brazos mi hermano”.
“Sentí que se me perdió el mundo”. Por eso sacó fuerzas de donde pudo y le hizo caso a Mario Oropel, del cuerpo técnico merengue, que le pidió en el velorio que jugara el domingo para dedicarle el partido a su hermano. Era un encuentro por la B local y Fernando ya ni recuerda el rival.
“Me hice una remera con la cara de él. Hice el gol y la mostré. Me quebré”. Cortez consiguió fortaleza en donde muchos encuentran el lugar para colgar los botines de la vida y no seguir más.
“Fue una emoción terrible. Lo grité muy fuerte porque fue un regalo para él, que ya no estaba”. Dice que en cada momento de su vida lo tiene presente. “Éramos muy compinches, hablábamos mucho. Él iba siempre a verme en la cancha”.
“CUANDO LLEGAMOS AL HOSPITAL YO YA SABÍA QUE ESTABA MUERTO”
Con su otro hermano mantuvo la relación. “Yo no soy quién para juzgar”. Se refugió en el fútbol y en su esposa. Gracias a eso salió adelante. “Soy un vago muy fuerte. Si me duele algo no digo nada”.
Esa tarde lo cargó en un remís y lo llevó hasta el Hospital Rawson. “Cuando llegamos al hospital y venían mis viejos yo ya sabía que estaba muerto”.
Con el tiempo, el Negro pudo dedicarle más goles en su carrera y besos al cielo en cada festejo de campeonato o cuando salvó a Alianza del descenso.
“Cuando íbamos en el remís, me miró y me dijo ‘me voy Negro, me voy’. Respiró profundo y lo perdí”. Y el Negro gritó fuerte su gol, antes de terminar llorando en el piso, para que Alejandro, su hermano compinche, lo pudiera escuchar.